Lo teníamos muy difícil en 1988 para vender camiones. A diferencia de los coches, vender un camión era muy complicado porque los camiones casi se venden a la carta ya que cada camionero precisa algo especial y diferente: medidas, pesos, volúmenes, etc. Teníamos un stock de camiones nuevos imposible de sacar ya que nuestra marca era nueva en el mercado y la clientela tenía sus preferencias enfocadas a otras marcas con más tradición en nuestro mercado. Un día nos visitó un señor interesado por uno de esos camiones pero con una distancia de ejes menor a los que allí teníamos. ¿Cuánto tarda en llegar el camión con esas dimensiones?, nos preguntó el cliente. Mi compañero Leopoldo Prieto se me adelantó y le dijo que sólo 30 días. El cliente nos dio una señal para confirmar el pedido. Cuando se marchó el cliente, yo como responsable de aquel departamento, le mostré mi malestar a Leopoldo por aquella “mentira”. Leopoldo, con la sonrisa pícara que le caracteriza, me dijo: - “Ese camión lo tenemos aquí, solo hay que cortar el chasis y Porfirio, el mecánico, lo va a empezar a cortar ya…” Porfirio tardó mucho más de 30 días en esa operación y mientras, el cliente nos venía a ver de vez en cuando para concretar la carrocería y demás detalles de su camión. Nosotros con cada visita del cliente intentábamos distraerlo para que no entrara en el taller y viera aquella “operación”. Al final el camión llegó y el cliente nos dijo: - “Ha valido la pena esperar a que de fábrica (Villaverde – Madrid) llegara mi camión…”
Hace un año me encontré con ese cliente y me dijo que con mucha pena había cambiado aquel camión por uno nuevo.
Hace un año me encontré con ese cliente y me dijo que con mucha pena había cambiado aquel camión por uno nuevo.
Menos mal; pensé yo.
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