lunes, 23 de junio de 2008

La Manivela


Hace unos días me volví a encontrar con Eduardo Rivero un antiguo compañero de trabajo de mi época en Renault. Conocí a Eduardo en 1984 cuando hice mis prácticas en SAVEHSA (Santiago Álvarez Vidal e Hijos S.A..) para luego incorporarme a Motor Canarias en la avenida de Mesa y López Nº 62, justo dónde hoy se encuentran las oficinas de Seguros Santa Lucía.
Eduardo tenía (y sigue teniendo...) más kilómetros de la maleta del "Fugitivo" en eso de vender coches y en cierto modo fue un maestro en eso de convencer a alguien para que comprase un coche. La verdad es que fueron unos años maravillosos dónde aprendí mucho y sobre todo dónde me divertí trabajando en lo que en aquel momento me gustaba y donde, además, me pagaban muy bien. Nosotros vendíamos coches nuevos y Eduardo era nuestro "enemigo" número uno porque era él quien se encargaba de valorar los coches usados que nuestros potenciales clientes nos entregaban a cuenta de la compra de uno de aquellos coches nuevos que tanto vendimos en aquellos años. Hablo de los Supercinco, R-9 y R-11. ¿Como era posible que vendiéramos tantos R-9 con lo feos que eran? Yo creo que era lo que había y punto.
Bien, voy a centrarme en la historia que recuerdo haber escuchado a Eduardo aunque él hoy me asegure que nunca me contó tal historieta.
- "Un lunes (contaba Eduardo) estaba yo sentado en mi mesa cuando ante mi se presentaron un padre y su hija con la intención de comprar un R-4 TL azul que teníamos en la pequeña y vieja exposición de la calle Muelle de Las Palmas (Hoy ocupada por Sanitarios Azzuley) Me comentaron que habían estado la tarde del domingo contemplando el coche en el escaparate y con esfuerzo lograron adivinar el precio que poníamos en aquel cartón triangular en los parabrisas de los coches. Trajeron el dinero en un sobre que llevé a Antonio García, el cajero, para que fuera contando y les hiciera el recibo. Mientras, yo (continúa Eduardo Rivero) rellenaba los impresos de matriculación y fotocopiaba el DNI para cuanto antes matricular el coche, cuando me dice el padre: - Este coche viene ahora modificado, ¿verdad?- a lo que respondí que no. No señor, es el mismo coche de siempre aunque hay algunos retoques mínimos sigue siendo el mismo 4 latas de siempre (Si D. Santiago Álvarez se llega a enterar de que nosotros llamábamos "Cuatro latas" al R-4 nos hubiera echado a la calle) El señor me dijo: es que antes, este coche tenía un agujero bajo la parrilla que era para la manivela...
Eduardo salió en defensa de su R-4 y le dijo: No señor, el R-4 no trae manivela, el que lo lleva es el 2 CV. El señor le pregunta: ¿El 2 CV?, entonces... ¿que coche es este que estoy comprando yo? Este es un Renault 4 TL, a lo que el cliente dijo: - Ah, sí, ¿este no es el de la manivela? Pues devuélvame el dinero que me equivoqué de coche y dígame dónde venden los 2 CV esos que dice usted.
Y así fue como aquel padre con su hija retiraron su dinero y exigieron a Eduardo que anulara la venta de aquel coche que no era el de sus sueños...

sábado, 21 de junio de 2008

Domingo Alonso, mi escaparate


Mi Abuela Pino me contaba cosas de aquel escaparate en el que yo me detenía siempre que podía. Eran cosas simples: las gentes que como yo se asomaban a sus cristales, la intachable estampa de D. Domingo, al que yo nunca conocí pero sin embargo y con el paso del tiempo he podido conocer a algunos de sus sucesores.
El que mi Abuela me contara las cosas de ese tramo de la calle León y Castillo, se debía a sus vivencias en la misma ya que su madre, tenía una dulcería justo enfrente a mi escaparate. En definitiva eran historias simples y breves, pero capaces de hacerme retroceder en el tiempo e imaginar como eran aquellos momentos en los que los coches entraban para ser expuestos. Imaginaba, también, quienes eran los afortunados que compraban aquellos coches.
Cuando iba y venía al instituto ampliaba el recorrido para pasar delante del escaparate, aún sabiendo que por la tarde volvería a ver lo que ya había observado por la mañana. En más de una ocasión pasé mucho rato observando el coche que me gustaba, pero no me atrevía a entrar temiendo que me negaran verlo de cerca y sobre todo tocarlo. Tocar un coche en aquella época era una necesidad imperiosa (hoy también lo es), pero reconozco que en aquellos años nunca fui capaz de entrar y esperaba encontrarme con alguno de aquellos coches ya matriculado y aparcado en las calles de mí ciudad para poder “tocarlos”.
Luego me aventuré y decidí salir un poco antes de mi casa para llegar hasta la otra exposición de la misma empresa que se encontraba en la acera de enfrente y a unos cientos de metros más hacia San Telmo. Ahora tenía un recorrido más amplio y por lo tanto invertía más tiempo en ir y volver al instituto. Aquel no era mi escaparate; era muy estrecho y tan solo se veía un coche y como yo seguía sin atreverme a entrar, me asomaba a la puerta para ver el resto de los coches expuestos. No obstante, enseguida comprendí que por aquella minúscula puerta era imposible que entraran los coches así que deduje que lo harían por la calle Pedro de Vera. Nueva aventura y nuevo descubrimiento: “Hay sótano y hay muchos más coches…”
Han pasado casi 30 años desde entonces y cada vez que paso por mi escaparate giro la cabeza buscando mis coches, sin embargo, ahora veo que los del banco que ahí se han instalado, regalan un albornoz, otro día una vajilla, otro día te “regalan el dinero”, pero… ¿es esto un banco?
Yo añoro mi escaparate, el de Domingo Alonso, y el banco me parece un "okupa".